martes, 3 de abril de 2012

El borramiento ritual del cuerpo


El borramiento ritual del cuerpo

Hace dos semanas recaí en algo que había jurado no volver a hacer: ser escritor a sueldo o, para ser preciso, historiador a sueldo. Hace un año y medio me invitaron a participar en un manual de historia del arte, para cierta editorial que va dirigida a producir libros de texto para bachillerato. Este libro, por múltiples problemas editoriales (que son más comunes de lo que yo creía), no ha salido a la luz. Con la promesa de que este material ya estaría en planchas para estrenarse en Junio, me dijeron que tenía que redactar un apartado que hacía falta para que las últimas modificaciones al programa de la Secretaría de Educación Pública estuvieran cubiertas. Dicho apartado se trata sobre historia del arte hindú (aclaro que así nos lo pidió la Editorial).

Aún desconozco porque me me asignaron escribir ese texto, dicho sea por mi intuición, fue porque ninguno de los otros autores lo quiso escribir. ¿Qué podría decir de la historia del arte de un pueblo que no conozco ni en literatura, que no tengo ningún referente cultural sobre él, que está tan alejado de mis premisas, prejuicios? ¿Que puedo decir de la historia del arte del pueblo que ve con más naturalidad el sexo sin que caiga sobre mi humilde texto el peso de la censura inquisitorial del sector educativo mexicano, más próximo a la época colonial que al siglo XXI? ¿Qué se puede escribir sobre una lengua que por cada 7 consonantes usan 3 vocales? (Aclaraciones: sólo tenía disponibles 5 cuartillas, con arial 12, con imágenes incluidas y, que a ser precisos, la historia hindú es una etapa de la historia de la India; además de que no es sino hasta el colonialismo Británico que se le puede llamar la India como un ente político unitario, pues antes estaba compuesto por una gran cantidad de pueblos con origen étnico, cultural, religioso, político y económico disímil)

Agradezco la tarea, ya que, además de que me di la divertida de la vida viendo cantidad de representaciones orgiásticas, entre los escombros de las fichas regadas por todo el escritorio y ante la autocensura, surgió, no mejor dicho, emergió el cuerpo. No «un cuerpo», ni «mi cuerpo», sino «El Cuerpo». Para los «arios» que poblaron el territorio de la actual India en el periodo Védico (siglos XV-VI a.C.), en el Upanishad (un texto de filosofía y política), toda la sociedad era parte del cuerpo de Brahama, que de acuerdo con el sistema de castas, a la parte del cuerpo que formaban parte correspondía a las reencarnaciones, y por lo tanto, a su nivel social: 1) la boca: brahmines (sacerdotes y políticos), 2) los brazos: chatrías o Ksatrya (militares gobernantes), 3) muslos: vaysias (comerciantes y agricultores) y, 4) los pies: sudrás (esclavos). De esto surgió la pregunta ¿Desde qué momento los hombres empezamos a ser la medida de todas las cosas?

En algún momento, en una charla de café con un amigo "medio" fundamentalista, se me ocurrió hacer un comentario que, al ver su reacción, confirmó mi teoría: el problema del cristianismo (en general de la cultura occidental) es haberle hecho caso al Antiguo testamento cuando afirma que Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza (Gen 1, 26-27); si esto es así, no me cuesta trabajo pensar en Dios excretando heces fecales y usando desodorante, y que el séptimo día descansó porque había fútbol. Ante tal afirmación, este amigo golpeó la mesa con furia y me dijo: !Apóstata¡ !Hereje¡ Sin embargo, ahora que viene a mientes, también los judíos consideraban su cuerpo como la medida de todas las cosas. (En verdad, si a algún religioso fundamentalista le molestan estos comentarios, les solicito abandonar este blog, el país y el mundo, que ya deberían estar acostumbrados)

No pienso seguir haciendo referencias del mundo antiguo sobre la comparación de Dios y la sociedad como cuerpo humano. Me remitiré en un salto directo al Siglo XVII. Thomas Hobbes, en un tratado mucho más próximo al pensamiento predominante-ilustrado-moderno; en el Leviatán, una de las fuentes y antecedentes de la Ilustración, ve al Estado como una cuerpo:
En efecto: gracias al arte se crea ese gran Leviatán que llamamos república o Estado (en latín civitas) que no es sino un hombre artificial, aunque de mayor estatura y robustez que el natural para cuya protección y defensa fue instituido; y en el cual la soberanía es un alma artificial que da vida y movimiento al cuerpo entero; los magistrados y otros funcionarios de la judicatura y ejecución, nexos artificiales; la recompensa y el castigo (mediante los cuales cada nexo y cada miembro vinculado a la sede de la soberanía es inducido a ejecutar su deber) son los nervios que hacen lo mismo en el cuerpo natural; la riqueza y la abundancia de todos los miembros particulares constituyen su potencia; la salus populi (la salvación del pueblo) son sus negocios; los consejeros, que informan sobre cuantas cosas precisa conocer, son la memoria; la equidad y las leyes, una razón y una voluntad artificiales; la concordia, es la salud; la sedición, la enfermedad; la guerra civil, la muerte. Por último, los convenios mediante los cuales las partes de este cuerpo político se crean, combinan y unen entre sí, aseméjanse a aquel fíat, o hagamos al hombre, pronunciado por Dios en la Creación. (Thomas Hobbes, Introducción, Texto Digital)

Con este autor, la sociedad ya no es el cuerpo de Dios, como en los hindúes, ni el mismo cuerpo humano, es simplemente «un cuerpo». Es decir, toda la sociedad forma un, uno, unidad, uniformidad; es decir, tiene una misma forma, que usa uniforme, se ve de la misma forma.

Reliquias de Juan de Palafox
y Mendoza en Puebla








No quiero meter palabras forzadas en Rousseau, ni en los contractualistas del siglo XVIII, pero de acuerdo a mis reflexiones, una de las obligaciones del contrato social sería, entonces, renunciar a la propia corporeidad para integrarse a un cuerpo general, un cuerpo social. Pero ¿cómo renuncio a mi cuerpo?, primero, renuncio a mi individualidad, después a mi naturaleza y por último, me hago invisible. Se niega la individualidad, en el campo de lo social, a partir de la creación del espacio de lo público. Este espacio público, a través de la regulación por las reglas morales, permite la sana convivencia entre las personas (Del lat. persōna, máscara de actor, personaje teatral, este del etrusco phersu, y este del gr. Πρόσωπον, prósopon); sin embargo, la contradicción entra en el espacio de los privado donde casi todo es posible, incluso, el pecado de «ser natural». Esta moral implica la negación de la individualidad, pero también, de las características inherentes del ser humano, su naturaleza: sacarse un moco con el dedo, si lo vemos objetivamente, es más natural que usar un Kleenex (MR); no usar desodorante es más natural que pensar si lo prefiero en roll on, aerosol, barra o crema.

El cuerpo del hombre se revela sucio, pecaminoso, moral, corruptible, insano, licencioso; sin embargo, no se niega el cuerpo del hombre-individuo: simplemente se borra, no se ve, se esconde, se debe hacer imperceptible (Le Bretón, 1995). Pero no hago mi cuerpo imperceptible siendo “natural”, sino tranquilamente podría estar desnudo fuera de un Oxxo en la ciudad de México a las 12:00 de la noche y pasar desapercibido (me consta, yo lo vi). El cuerpo se borra a través de «rituales» (acciones repetitivas colectivamente aceptadas con fines, a veces ininteligibles); entonces todos los días me peino, de vez en cuando me corto el cabello, las uñas, me baño, en general, mejoro mi apariencia; en general, sigo una serie de cánones sociales, estéticos, religiosos, etc., simplemente para formar parte del cuerpo social (por eso no se niega el cuerpo, ya que como dije anteriormente, el cuerpo del hombre sigue siendo la medida de todas las cosas)

Sino fuera así, ¿por qué tatuarse, aun en la «posmodernidad» aún conserva un rasgo de rebeldía?, del mismo modo, lo es un piercing, un escote muy pronunciado, enseñar carnes de más, las prácticas sexuales públicas, vestirme «raro». Todas estas señas de rebeldía están directamente relacionadas con mostrar mi cuerpo, ya que al ponerme un tatuaje, mi cuerpo se hace notar sobre el resto del cuerpo social, la gente voltea a ver mi cuerpo; el canon permite que se genere indiferentismo en el paisaje, que todos seamos lo mismo y parte de lo mismo, somos parte de una nación, de un Estado, de una religión, de un sector social. A poco no es bien bonito ir a un pueblo folclórico donde todos los indios se visten como hace 500 años, y si no es así, ya no tienen cultura (por si no me entendieron, es ironía). Por lo tanto, si fuera un poco más barroco, el título de este ensayo sería: “De como la sociedad lleva al extremo los modelos ideales-lógico-racionales, generando la epidemia del indiferentismo del paisaje y del copy & paste para convertir al individuo en un souvenir”. (Sobre el indiferentismo ver Esteves, 2009)

Quizá el problema de la sociedad actual es la des-in-corporación, la falta de unidad, de uniformidad, el reclamo en contra de la producción en serie de individuos (que en la realidad sigue siendo el sueño de los Estado autoritarios, incluso los democráticamente autoritarios: el soldado universal, el ciudadano del mundo, la máquina de guerra perfecta). Quizá el problema contemporáneo es que ninguna de estas instituciones o corpora-ciones, ni rituales, responden, por lo menos desde hace 60 años a las necesidades de los individuos. Quizá es que al negar nuestro cuerpo, su naturaleza, negamos el necesario «devenir pornográfico del cuerpo»... (continuará)

Bibliografía (en orden de aparición)
Hobbes, Thomas, El Leviatán, 1651 (cualquier edición, editoral)
La Sagrada Biblia (Católica), Bogotá, 2000
www.rae.es
Le Breton, David, Antropología del cuerpo y modernidad, Buenos Aires, Ediciones Nueva Visión, 1995
Esteves, Xerardo, “Paisajes urbanos con-texto y sin-texto”, en Joan Nogué (ed.), La construcción social del paisaje, Madrid, Biblioteca Nueva, 2009, pp. 263 – 281

4 comentarios:

  1. En cuanto a la semejanza del hombre a Dios, recordé una explicación de Nicolás Gómez Dávila al respecto: "el hombre aparece cuando al terror, que invade toda vida ante la incertidumbre o la amenaza, se sustituye el horror sagrado (...)Dios nace en el misterio de las cosas. Esa percepción de lo sagrado, que despierta terror, veneración, amor, es el acto que crea al hombre, es el acto en que la razón germina, el acto en que el alma se afirma. El hombre aparece cuando Dios nace, en el momento que nace y porque Dios ha nacido". En suma, lo que diferencía al hombre del animal es la creación de su Creador, a partir de la conciencia del hombre nace Dios, y a partir de Dios la razón del hombre.

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    1. Me podrías pasar la referencia completa, creo que ese texto me puede servir para mi ponencia del 11 de Mayo. Gracias

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    2. Textos I de Nicolás Gómez D´pavila, editado por Villegas editores en la colección de Filosofía en 2002

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